sin embargo, están en su derecho. 
Efectivamente, al menos en teoría, todos somos libres de aceptar las creencias que nos sirvan para algo.

Generalmente, sirven para consolarnos o darnos esperanza ante un final definitivo, como es la desaparición después de la muerte ante cuya realidad, lógicamente nos revelamos. Y digo «en teoría» porque nuestra libertad, en realidad, está muy limitada, por las influencias que recibimos en nuestra niñez y que marcarán una tendencia difícil de corregir para el resto de nuestra vida.
Y por supuesto, continuaremos recibiendo influencias a la carta, el resto de nuestros dias, porque el menú de creencias es riquísimo; de todos los gustos y colores. Lo malo es que esas influencias continuadas, desde púlpitos, desde movimientos esotéricos, desde filosofías de nueva era o contrariamente, valoradas simplemente porque son antiguas o porque supuestamente han sido reveladas por «un alma grande»; esas influencias, decía, no nos permiten pensar, sosegadamente, objetivamente.
Y así nos encontramos con una curiosa creencia basada en supuestas «experiencias cercanas a la muerte» en sus siglas ECM. Curiosa porque ya en su nombre confunde a sus adeptos. Cercana a la muerte significa que ha habido una «recuperación y vuelta» de un estado cercano a la muerte. 
Es bien sabido que la muerte es un proceso que finalmente culmina. Y es ese culminar, lo que responde al concepto de morir. Puedes estar todo lo cercano que los avances médicos o la misma naturaleza puedan permitir a un moribundo. Pero la muerte solo culmina, cuando ese moribundo deja de serlo para convertirse en un cadáver irrecuperable. Entonces, puedes recuperarte u volver de un estado cercano a la muerte, pero no puedes, ni nadie lo ha hecho de la muerte como culminación del proceso.

Y a partir de aquí, todo lo demás y relacionado con la muerte y la vida después de la muerte, son solo conjeturas a las que cualquier persona tiene derecho a agarrarse: Alma inmortal, continuación de la consciencia, y mil etcéteras más, son conjeturas, indemostradas e indemostrables. 
Pero mucho cuidado. Indemostradas en ambos sentidos. Desde el sentido del creyente y también desde el sentido del incrédulo. Todo intento de influenciar o convencer es inútil. 



Caminamos por un sendero del cual solo conocemos lo tangible. Su final nos es desconocido. Más allá del encefalograma plano, nada sabemos.