Ciudad de Xiamen (Pixabay)


Siempre tuve una marcada tendencia hacia Asia y sus culturas.  Japón, Corea del Sur, y Vietnam son mis preferidos. Inclusive China me resulta atrayente.
Los que creen en esas cosas me dirían que se debe tratar de una cuestión kármica. No lo sé y me da igual, pero reconociendo que no todo es brillante, ni mucho menos, sigo fascinado desde muy joven, por todo aquello que sí lo es. Y veo, si duda alguna, sociedades que solo pueden mejorar.
Y cuando digo esto, generalmente se me recuerda que China es un país sometido bajo un régimen comunista de partido único. Y es cierto, pero suelo replicar que si bien las cosas referidas a las libertades van terriblemente despacio en ese país, desde 1949, su trayectoria es hacia la mejora. Se parece muy poco la actual China con aquella de cuando yo nací. Justamente lo contrario de lo que estamos viendo en occidente, donde la democracia ya empieza a ser solo una caricatura de ella misma. Estas dos tendencias contrapuestas parecen, según mi parecer, destinadas a converger e incluso a entenderse y respetarse. 
Los acontecimientos actuales ocasionados por el presidente de EE. UU., con sus políticas arancelarias y erráticas con las cuestiones de la defensa y la OTAN, se me antojan una oportunidad que no se debería dejar pasar, para los acercamientos. Concretamente, una oportunidad para Europa, que haría muy bien en dirigir su mirada, hacia Asia y también África.