Confiar

La tumba de un perro del abuelo de mi amigo Jordi.
Tiene aproximadamente 90 años.
Jordi (+2017) no tiene tumba.

No me resultó fácil aceptarte. Te vi, por primera vez, entre vapores mentales causados por la anestesia. Yo no tenía claro si estaba soñando a realmente estabais allí, a los pies de mi cama, observándome, en aquella sala postoperatoria. Vestidos ambos con aquellas túnicas de monje; una, gris oscura y la otra, totalmente negra. Recuerdo vagamente que cerraba o entornaba los ojos y os veía y que vuestra imagen se esfumaba si los dejaba abiertos. Supongo que fue entre sueños cuando os puse nombre: Any'a y Okanu. Ya no recuerdo de donde saqué esos nombres. Era el 3 de marzo de 2011.  
Any'a se despidió de mi mental, el 20 de agosto de 2021, aunque me dejó bien claro que si la necesitaba, solo tenía que invocarla. Any'a era, sin duda, el soporte de mi parte femenina. Esa que a los hombres tanto nos cuesta reconocer y aceptar. Ahora, me alegro de haberos conocido y aceptado en este espacio interior, mental, confuso, en ocasiones dominado por la sombra y otras por la luz.

—Vale viejo. A saber qué leches habrás bebido. Venga hombre, no te me pongas tierno. Vamos a ver hombre, que nos conocemos. ¿Qué es lo que te pasa?

No es que me pase nada. Es solo que estuve estos días dándole vueltas a como me ha podido ayudar tu compañía y a donde me han conducido tus influencias. Y es que, Okanu, date cuenta; ya son más de doce años y la verdad es que nunca antes había dialogado tanto y resuelto tantas dudas. Y en este sentido, me gustaría preguntarte algo.

—¡Dispara!

Sabes que me he pasado la vida haciéndome preguntas sobre la trascendencia y eso me ha llevado por diferentes paisajes religiosos: La Fe de Jesús, las enseñanzas de Buda y también esa Fe que rompe con el Corán y se proclama renovadora del mensaje de Mahoma: La Fe Bahà'i. Me acerqué a la Teosofía.
Y lo cierto es que de todas aprendí cosas buenas, pero no me convencieron en lo fundamental. Ninguna de ellas. Fui devoto, fui estudioso, fui crítico. Analicé y resolví: No me convencía el mensaje, ni la promesa de un más allá, ni la supuesta limpieza de un estúpido pecado, llamado original. Ni las posibilidades rencarnativas, ni la incongruencia del karma... Me fui desengañando. Y creo que tú tuviste mucho que ver en el proceso.

—¡Vaya! Siempre acabo siendo el culpable de todo, ¿no es cierto? Pero no te quito razón. Algo tuve que ver. Estabas pasando una enfermedad seria. Y entre otras consecuencias te ibas a quedar sin trabajo. Te preguntabas muchas cosas. Tenías miedo. Te recuerdo en aquel rincón de tu casa, tratando de meditar sin conseguirlo, porque lo único que conseguías era pedir, rogar. Era algo que estaba entre la oración y el ruego. Y ciertamente intervine. Aproveché esa costumbre de intentar vaciar tu mente en la meditación, para colarme y planté en tu cabeza, un pensamiento raíz. Te dije:
Cambia el verbo creer, por el verbo confiar. No digas nunca más, que crees en algo que tenga que ver con eso que llaman trascendencia, porque no es bueno creer en conjeturas. Simplemente empieza a decir, que confías en lo aquello que será. No precisas nada más.

Y funcionó, porque con esa idea raíz en la mente, percibí con claridad, que en realidad nunca había creído y que toda la vida, fue una lucha contra esa falta de la fe necesaria. Ni de niño, me parecían creíbles las fantasías que defienden las religiones. Pero recibimos esa educación. Fue una gran liberación aceptar la confianza y llegar a la conclusión más reparadora:

La confianza de que no habiendo nada, después de la muerte, esa realidad, es la más confiable. La finitud. No promete nada, ni pide nada.

1 comentario:

  1. Firmo y rubrico el texto. Me da confianza, una vez superada hace siglos la creencia y últimamente la esperanza. Uno nunca escapa del todo de las representaciones, la expresión de visiones figuradas y configuradas que tantos humanos se empeñan en repriducir siglos tras siglos, y que nos metieron desde niños y luego incubamos con otro carácter. La finitud, cuando sea. Es el no ser, pero uno aspira que siendo todavía perciba la libertad de haberse librado de la roña ideológica. Ya digo, nunca del todo. La cultura, que tanto sublimamos, es también muy roñosa, al menmos en algunos de sus rostros.

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