Me encanta cuando sabemos estar así, sin mediar palabra. Dicen los sabios que eso es señal inequívoca de una buena amistad o cualquier otra forma de relación amorosa. Tiene como un halo de confianza. Una situación en la que nos soltamos de las ataduras de los complejos y las manías. Es un bienestar que solo sé experimentar y difícilmente explicar.

—Supongo que tienes razón —responde después de una pausa. 
—Parece que los seres humanos, que estamos dotados de un cerebro por regla general sobradamente hiperactivo, queremos llevar hacia afuera ese exceso de actividad incesante, y lo hacemos parloteando constantemente, como si confundiéramos el respirar con el hablar. Y según a quien cuando le oyes sin llegar a escucharle, te interrogas sobre como consigue hablar tanto si ahogarse. Son de esos y esas que no se callan ni bajo el agua. 

¿Sabes? Creo que lo que dices es bien cierto. Soy de la opinión de que esta hiperactividad cerebral, nos lleva al extremo de no escuchar. Es imposible escuchar al otro, cuando en la cabeza tienes a treinta cacatúas gañendo como locas.  Y ciertamente es algo que ocurre constantemente. Me pregunto que porcentaje de escucha hay realmente en un diálogo o debate.

—Seguramente muy poco. No olvides, que además, tenemos una cierta tendencia a sentirnos agredidos cuando lo que dice nuestro interlocutor, no nos parece bien, no nos da la razón o directamente nos contradice. Y claro; cuando alguien se siente agredido, con o sin razón, automáticamente prepara una defensa. Y así, querido amigo, es como transcurren los debates. Una cueva de grillos, lo llamáis. En Japón dicen: Demasiados pájaros para una sola rama.

Transcurren un par de minutos. Yo sigo leyendo y Okanu sigue embadurnando folios con un pincel y tinta china (Lo suyo no es la caligrafía precisamente). Entonces, sin mirarme ni apartar la vista de su escritorio, dice:

—Las opiniones, no son flechas. Ni los debates, combates.
Deberían ser regalos y cuando alguien ofrece un regalo, no suele reclamar el agrado o preguntar si lo piensa usar. Simplemente, lo ofrece extendiendo ambas manos hacia la persona. Humildemente, con una pequeña inclinación reverencial, hasta que lo recoge.
Solemos envolver los regalos con preciosas telas de colores que llamamos furoshiki. Las opiniones, como los regalos, deberían envolverse, en preciosos silencios.

Mientras reflexiono y concluyo que realmente debería ser así. Sé que no espera respuesta. Sigo leyendo y respirando el silencio.