Recuerdo y no sin una cierta nostalgia, aquellos tiempos de la niñez en la década de los años cincuenta.

Hacía poco más de once años que había finalizado la contienda de la vergüenza nacional. Eran aún tiempos de posguerra y las carencias eran los postres y el segundo plato de aquellos tiempos. Tiempos de plato único y merienda de un poco de pan con aceite y quizás, si había suerte, otra tarde era, un trozo de pan y una onza de chocolate. Apenas nos separaba un lustro de la finalización de la otra guerra y el hongo radioactivo. En la radio aún no sabían mucho de las músicas que llegaban desde el otro lado del charco y a lo sumo escuchábamos a Nat King Cole o a Antonio Machín.

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En aquellos tiempos, aquellos interruptores eléctricos de palomilla en las paredes, tenían todo el uso del mundo. Nunca había una luz encendida en una habitación deshabitada. Tampoco aquellas radios de válvulas, permanecían encendidas mucho tiempo. La novela de la madre y el «parte». También algún partido de futbol. Veo la imagen de mi padre, casi abrazado al aparato con poco volumen, para no molestar mientras escuchaba.

La primera nevera (de hielo) no llegó a casa hasta 1955. Que poco pueden imaginar las gentes de hoy día, como un niño de siete u ocho años tenía que acarrear un cubo de metal cincado con un par de trozo de hielo (una peseta) desde la fábrica de hielo hasta la casa. Afortunadamente a una distancia aceptable. Si te dejabas la puerta de la nevera abierta, recibías el correspondiente cachete.

Recuerdo aquella aglomeración de gente frente al escaparate de una tienda de electrodomésticos. El espectáculo era una simple televisión en blanco y negro.

En 1956 los boletos de los sorteos de la ONCE, no tenían cinco cifras como ahora; solo tenían tres y costaban media peseta (50 ctms.) que traducido a euros es algo así como 0,003 € 

Eran otros tiempos. A veces me asalta la duda de, si realmente eran peores, a pesar de las estrecheces. Solo el recuerdo de Franco despeja las dudas.



foto:Robert Doisneau (Londres, 1950)